Con la votación sobre la Constitución europea, y el no de Francia y Holanda, la Unión Europea entró en crisis. ¿Esa crisis se siente en España? Sin duda. El propio resultado del referéndum convocado en España indicaba el alto grado de desconfianza de la ciudadanÃa ante la situación de la Unión Europea. Entonces, el Gobierno y las organizaciones polÃticas que abogaban por el sà al Tratado Constitucional lo presentaron como un triunfo, pero lo cierto es que apenas votó el 42% de los electores; es decir, la participación más baja desde la restauración de la democracia. Los españoles, al igual que los ciudadanos de otros paÃses de la Unión, perciben que la UE se ha estancado y que está más lejos de asegurar un modelo progresista de derechos sociales, laborales, etc. Existe un ambiente de descontento cuya manifestación polÃtica depende de las circunstancias concretas de cada paÃs. España se abstiene, Francia vota no, pero el fondo es el mismo, al igual que la sensación de impasse.
¿Qué significó para España la entrada en la Unión Europea? ¿Ha elevado el nivel de vida? ¿Ha favorecido la igualdad entre los españoles o ha agrandado la brecha social?
El ingreso en la Unión Europea fue un gran paso para España y sus consecuencias han sido indiscutiblemente positivas. HabrÃa mucho que decir sobre los acuerdos a los que llegó el Gobierno socialista de la época, pero hay que tener en cuenta que España acababa de salir de una dictadura de cuarenta años, con todo lo que eso significa en términos de subdesarrollo. En España no hubo nada parecido al "Estado del bienestar", y las graves carencias económicas y culturales heredadas del franquismo se combinaron con la crisis económica mundial de tal modo que la UE no sirvió para apuntalar el "Estado social y de derecho" definido por nuestra Constitución. En consecuencia, el aumento del nivel de vida ha sido un aumento desequilibrado y acorde a los desequilibrios de un paÃs profundamente desigual.
La ampliación de la Unión, con los 10 nuevos paÃses, esta cambiando bastante la realidad del mercado laboral. ¿Qué piensa sobre el libre movimiento de trabajadores en la Unión? ¿Cree se debe aceptar que alguien de Polonia vaya a trabajar a España con un sueldo mas bajo? ¿Tiene que existir libre competencia en mano de obra? ¿O tiene que haber una inspección laboral europea?
En mi opinión se ha exagerado la influencia de la inmigración de trabajadores del este en el mercado laboral de la Unión Europea; sobre todo, durante la campaña del referéndum en Francia y en las recientes elecciones alemanas. Pero en cualquier caso, hay dos cosas que me parecen obvias: en primer lugar, la UE será social y polÃtica o no será, y eso no se consigue poniendo lÃmites a la libertad de movimientos. Y en segundo, es absolutamente indispensable que se establezcan los mecanismos necesarios para impedir que la emigración, o cualquier otro factor, se utilice como excusa para reducir salarios y derechos laborales.
El problema que tiene la UE en ese sentido no es diferente al que se produce entre zonas desarrolladas y subdesarrolladas en todo el mundo. Pero difÃcilmente se va a solucionar con la actitud demagógica que mantiene parte de la propia izquierda, incapaz de definir polÃticas concretas, reales, y demasiado dada a la moralina fácil. Ni el asistencialismo de las ONG ni los discursos vagos sobre la ayuda al desarrollo van a cambiar las cosas. Necesitamos estructuras polÃticas internacionales, dentro y fuera de la UE, que pongan orden en el desastre ocasionado por el neoliberalismo. Y mientras no avancemos en ese sentido, no habrá solución.
El seguro social es una conquista por la que la UE ha estado luchando a través de su historia, algo que la distingue de otros bloques regionales del mundo, particularmente de EEUU. Pero en este momento, el sistema de protección social está bajo presión... ¿Cree que se puede mantener en un mundo globalizado? ¿Como seguir defendiéndolo?
Se podrÃa decir que la Seguridad Social, y en general todo el sistema de derechos sociales, es la primera frontera entre la civilización y la barbarie, entre la ciudadanÃa y la servidumbre. Si alguien tiene alguna duda al respecto, tal vez deberÃa contemplar el pasado de Europa o, si lo prefiere, el presente de América LatinaÂ… Esto merece una reflexión.
Supongo que muchos lectores del medio donde trabajo, La Insignia, estarán cansados de nuestras constantes referencias al Ãndice de desigualdad de América Latina, el mayor del mundo junto con el Ãfrica subsahariana. Obviamente no lo hacemos por amargarles el dÃa con frÃos datos estadÃsticos, ni como simple constatación que empieza y acaba en sà misma; lo hacemos para que el lector latinoamericano, pero también el europeo, se pregunte por qué. Qué explica que algunos de los paÃses más ricos de la Tierra sean los más pobres socialmente hablando, los más injustos y los más desestructurados. Si se formula la pregunta en América Latina, las respuestas terminan casi siempre en una supuesta confabulación externa, origen de todos los males, que surgirÃa del pasado colonial, de la villanÃa del vecino, de la mala suerte, de Dios, de toda una serie de factores que resultarÃan cómicos si no se utilizaran para esconder y justificar una realidad trágica. Ese discurso, el discurso del victimismo histórico, es una invención de las élites latinoamericanas: mientras el enemigo sea externo, podrán seguir llenando las listas internacionales de multimillonarios sin levantar sospechas. Casi se puede asistir a un congreso de economistas latinoamericanos y no oÃr ni una sola vez la palabra "impuestos"; en cambio, se hablará mucho de exportación, de recursos naturales, de toda una serie de factores que en realidad se encuentran en el origen del subdesarrollo, porque todo el sistema latinoamericano está pensado para uso y abuso exclusivo de una minorÃa oligárquica que no quiere saber nada de Estados fuertes y sistemas fiscales redistributivos.
Ahora bien, si los gobiernos europeos pretenden reabrir ese camino -es decir, volver a la Europa anterior a la II Guerra Mundial, al presente de América Latina-, romperán el contrato social que nos sustenta y darán paso a un proceso de consecuencias imprevisibles. Los ciudadanos europeos no van a permitir que se les devuelva al estado de indefensión absoluta que sufre, por ejemplo, el estadounidense medio.
Los objetivos de Lisboa afirman que Europa debe ser la economÃa más "competitiva" del mundo si quiere tener futuro. ¿Usted cree que eso se puede conseguir sin un alto coste social?
La economÃa europea no tiene, en general, un problema de competitividad. Tiene una base sólida, sustentada en un sistema económico mÃnimamente redistributivo que permite la existencia de fuertes mercados internos, entre otras cosas. El secreto de la "competitividad" estadounidense es la explotación laboral y la ventaja añadida en costes y beneficios empresariales; el secreto de la Unión Europea, la pretensión de justicia social. Cuando en los objetivos de Lisboa se habla en otros términos, en realidad se está hablando de los márgenes de beneficios de las grandes empresas. Amenazan con deslocalizaciones generales y otros desastres si mantenemos niveles de impuestos desagradables para las multinacionales, y nos invitan a renunciar a derechos que dependen de esos mismos impuestos: cobertura sanitaria, jubilación, educación gratuita, etc. Pero en el caso de Europa, el hundimiento del Estado social no significarÃa únicamente una condena para millones de personas, sino el propio fracaso de todo el proyecto de la Unión Europea. La UE no es un paÃs, como Estados Unidos; son muchos paÃses, con intereses contrapuestos. Una regresión, y el edificio se desplomará lentamente.
¿Piensa que en la próxima reunión de la OMC, Europa tiene que pujar por mas liberalización -en agricultura, en servicios, en industria- , o mas bien frenar el proceso?
Depende de lo que entendamos por liberalización. Desde mi punto de vista, la globalización no es el problema: es una oportunidad que puede llevarnos al caos si implica desregulación global o acercarnos a la solución si nos acerca, como deberÃa, al establecimiento de normas justas e iguales para todos tanto en el comercio como en otros ámbitos.
Pero una vez más hay que realizar una crÃtica a determinados planteamientos de sectores de la izquierda, y particularmente de las ONG, convertidos de repente, y supongo que de forma inadvertida, en defensores del neoliberalismo. Cuando se deja de hablar en términos de ricos y pobres y se empieza a hablar de incongruencias polÃticamente correctas como norte y sur, culturas, identidades, etc., se corre el riesgo de perderse por el camino. Por ejemplo, es habitual que se critique duramente el régimen de subsidios agrÃcolas de la UE, algo lógico si implican competencia desleal con otros paÃses, pero irracional y reaccionario en otras circunstancias. Debilitar los sectores agrÃcolas de paÃses como Italia y España sólo hará más pobres a italianos y españoles, pero no servirá para aumentar el nivel de vida de, por ejemplo, otras potencias agrÃcolas como Argentina y Brasil, cuya desigualdad no procede de su balanza exportadora sino de la carencia de Estados dignos de tal nombre. No es extraño que los gobiernos de paÃses como Gran Bretaña, que carecen de agricultura, se sumen a la ofensiva contra los subsidios: saben que la factura la terminarán pagando los paÃses pobres de la Unión Europea y que, a cambio, ellos obtendrán contrapartidas de los paÃses subdesarrollados y en vÃas de desarrollo que servirán para aumentar la brecha industrial y tecnológica.
El secreto, de nuevo, vuelve a ser la igualdad. Si queremos un mundo más justo, necesitamos superar la lógica de los Estados-nación y supeditarla a leyes internacionales que faciliten la transición del tiempo histórico que vivimos. Porque volveremos al pasado y al caos, como decÃa, o avanzaremos hacia el objetivo -tal vez lejano, pero imprescindible- de un gobierno mundial.
¿Cómo ve la cuestión de la "identidad europea"? ¿Hay algo parecido a una identidad común?
Si hay un factor que me parece especial y único en Europa es que no necesita ninguna identidad; tiene cientos, miles, toda una gama de identidades donde elegir, y la gran ventaja de estar bastante inmunizada contra las simplificaciones etnicistas y nacionalistas que todavÃa se manejan con asombrosa irresponsabilidad en otras latitudes. Puede que miles de años de guerras y enfrentamientos continuos hayan servido para algo.
Por supuesto, existe una identidad europea, por lo menos en Europa occidental y los paÃses nórdicos, si por ello entendemos la conciencia de pertenecer a un proyecto común. Esa conciencia puede ser útil si se aprovecha para avanzar hacia una unidad polÃtica, y podrÃa llegar a ser peligrosa si se manipula para convertirnos en bloque frente a otros bloques. Pero Europa no es un concepto geográfico y desde luego no es ni debe ser una nación en sentido clásico, es decir, una falsificación reduccionista. Europa es un concepto cultural: en la medida en que sirva a la extensión de la cultura del derecho, del laicismo frente a la pesadilla de las religiones, de la ciencia frente a la ignorancia, Europa es fiel a sà misma; en la medida en que se aleje de ello, se traiciona. No se puede ser buen europeo si se quiere ser sólo, o fundamentalmente, europeo. Europa es el universo simbólico del Mediterráneo. Un cruce de caminos.
El tema de la emigración: Ahora están rompiendo las puertas de la "fortaleza Europa" por la frontera de Ceuta y Melilla. Pero hay cantidad de hispanos trabajando en España. ¿Como asumir esta realidad?
En primer lugar, situando la cuestión en su justa medida. Los agoreros que preveÃan catástrofes económicas y reacciones xenófobas generalizadas con el fuerte aumento de la inmigración en España se han visto obligados a cerrar la boca ante una realidad bien distinta. En ese sentido, la mayor dificultad estriba en la utilización de la emigración, por parte de los empresarios, para atacar los derechos sociales, reducir salarios y obligarnos a una redefinición "a la baja" de todo el sistema. Pero en mi opinión, una actitud mÃnimamente positiva del espectro polÃtico y sobre todo la intervención de un sindicalismo fuerte y preocupado por la cuestión, se bastarÃa para equilibrarlo a medio plazo.
El punto crÃtico se alcanza cuando el flujo de emigrantes es tal que resulta insostenible para los paÃses receptores e incluso para los emisores. Lo que sucede dÃa a dÃa en la frontera sur de la Unión Europea, en Ceuta y Melilla, en la costa andaluza y hasta en Canarias, sólo es la manifestación más llamativa, por trágica, de la distorsión creada por el neoliberalismo y de un hecho que no es, en absoluto, nuevo: el fracaso de los Estados-nación en casi todo el planeta. No es sólo una cuestión económica, sino también polÃticaÂ… Los miles de emigrantes que se juegan la vida en el estrecho de Gibraltar o que asaltan las vallas de Ceuta y Melilla no huyen solamente de la pobreza, sino también de la ausencia de derechos. Quieren ser ciudadanos, no esclavos. Quieren algo que sus paÃses están lejos de ofrecer.
Ante eso, ni podemos optar por la "fortaleza Europa", cerrada sobre sà misma en una pesadilla imposible, ni caben las respuestas ingenuas, cuando no cÃnicas, que se oyen estos dÃas en ciertos sectores progresistas. Necesitamos soluciones concretas para problemas concretos. Ni la ayuda al desarrollo ni los asistencialismos varios a los que me referÃa antes van a cambiar la situación; en el mejor de los casos, son gotas en un mar de desigualdad.
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Jesús Gómez Gutiérrez é o editor do sÃtio ibero-americano La Insignia. A presente entrevista faz parte do dossiê sobre os europeus e a globalização, idealizado pela jornalista Alma De Walsche e publicado pela revista belga Moondial Magazine.