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驴Integraci贸n en Am茅rica Latina?

Rubens Ricupero - Agosto 2009
 

La siempre anunciada pero cada vez m谩s improbable integraci贸n latinoamericana

Para resumir en una par谩bola lo que voy a decir, empiezo con una an茅cdota sobre la Guerra Civil Espa帽ola, que explicaba porque hab铆a terminado en desastre la Segunda Rep煤blica de los a帽os treinta, con sus gobiernos que en vano buscaban impartir un prop贸sito com煤n a ministros que iban de los m谩s reacios conservadores a los anarquistas radicales. Se contaba entonces que un catal谩n muy rico pero hostil a las innovaciones modernas se dejara finalmente persuadir a probar el tren expreso reci茅n inaugurado entre Barcelona y Madrid. En una estaci贸n intermediaria donde el tren se deten铆a un poco m谩s, nuestro h茅roe se demor贸 m谩s de lo razonable y, al volver, no se dio cuenta que su tren ya hab铆a partido, embarc谩ndose en el que segu铆a en direcci贸n opuesta. Encontrando un pasajero con qui茅n pod铆a compartir sus impresiones, se puso a alabar el confort y rapidez del tren, pregunt谩ndole a cierta altura cual era su profesi贸n. Al decirle el otro que era comerciante y que iba a Barcelona a negocios, no se contuvo y exclam贸: 隆"Mire Usted qu茅 maravilla extraordinaria es el progreso moderno; Usted va a Barcelona, yo voy a Madrid y estamos ambos en el mismo tren!".

Pues, el expreso de la integraci贸n latinoamericana pertenece a esa especie de milagros de la modernidad: en el mismo coche del tren viajan los centristas partidarios de democracia representativa y econom铆a de mercado juntamente con los refundadores que compraron billete para el socialismo del siglo XXI.

La explicaci贸n de la par谩bola es obvia pero, si se quiere, puede resumirse en dos proposiciones sencillas. La primera es que, a fin de ser efectiva, la integraci贸n de cualquier tipo o la concertaci贸n pol铆tica deben ser basadas en un proceso de convergencia de los miembros hacia valores y fines comunes. La segunda es que en Latinoam茅rica vivimos actualmente un proceso de creciente divergencia y alejamiento entre los pa铆ses en materia de medios y fines, cuyo comienzo puede datarse simb贸licamente del caracazo en contra del programa de ajuste econ贸mico acordado por el gobierno de Venezuela con el FMI y, tiempos despu茅s, de la ascensi贸n al poder de Ch谩vez y su radicalizaci贸n.

El mejor ejemplo que tenemos del proceso contrario, de convergencia, y de los resultados que suele proporcionar, es el europeo despu茅s del derrocamiento del Muro de Berl铆n y la desaparici贸n de la Uni贸n Sovi茅tica y del comunismo real. Con la remoci贸n de los obst谩culos derivados de la divisi贸n de la Guerra Fr铆a, lo que hab铆a sido, en su origen, un proyecto de paz y resistencia a la expansi贸n sovi茅tica entre las seis naciones del extremo occidental de Europa vino a convertirse en una integraci贸n sin precedentes de 27 naciones, unificando el continente m谩s de lo que hab铆an logrado hacer el Imperio Romano o aquel de Carlos Magno. La incorporaci贸n de Europa Central y Oriental solamente se hizo posible a partir del momento en que el sistema europeo se volvi贸 m谩s homog茅neo, lo que implica la subscrici贸n por todos del mismo criterio de legitimidad del poder y la adopci贸n de una organizaci贸n similar o mutuamente compatible para la vida pol铆tica, econ贸mica y social de cada uno de los integrantes del sistema.

Lo que era impensable durante la fase de aguda divergencia del bipolarismo pasa a ser factible cuando todos aceptan como criterio de legitimidad el principio de la soberan铆a popular consagrado por las revoluciones americana y francesa del siglo XVIII. La organizaci贸n pol铆tica de cada unidad soberana es la de la democracia representativa, con pluralismo de partidos, elecciones regulares, alternancia en el poder y plena garant铆a de los derechos humanos. Desaparecen las "democracias populares", la dictadura de la clase obrera, el monopolio del partido 煤nico. La organizaci贸n econ贸mica es por toda parte la de la econom铆a mixta de mercado y moderada presencia del Estado y se abandona el mito de la sociedad sin clases.

Tan poderosa es la consciencia de la necesidad de un grado m铆nimo de homogeneidad que, a fin de adherir a la Uni贸n Europea, se exige de un pa铆s una verdadera conversi贸n de costumbres. El candidato debe forzosamente revisar y reformular sus leyes sobre los m谩s diversos rubros con vistas a adaptarlas a las de la Uni贸n, cuyo patrimonio adquirido a lo largo de d茅cadas tiene que aceptar expl铆citamente sin previa negociaci贸n. Siempre que se sospeche que el aspirante es demasiado diferente, como en el caso de Turqu铆a, la adhesi贸n se vuelve pr谩cticamente imposible.

Comp谩rese ahora con lo que sucede en Am茅rica Latina, donde tuvimos fases de relativa convergencia como en los a帽os de esperanza de la Alianza para el Progreso y, m谩s a煤n, al final de los reg铆menes militares. El retorno del r茅gimen constitucional y la victoria contra la hiperinflaci贸n hab铆an creado en aquel momento una ilusi贸n generalizada sobre la posibilidad de consolidaci贸n definitiva de la democracia representativa moderna con una econom铆a liberal de mercado con fundamentos ortodoxos s贸lidos. Eran los tiempos del triunfo de Menem en la Argentina, de Gonzalo S谩nchez de Quesada en Bolivia y otros pol铆ticos que daban la impresi贸n de combinar la racionalidad econ贸mica con el 茅xito electoral. Esa ilusi贸n pronto se disip贸 con reca铆das graves como el colapso de la econom铆a argentina en 2001-02, la vuelta de Bolivia a la inestabilidad y la violencia y el desencanto con la ausencia o demora de resultados sociales de las formulas econ贸micas liberales.

Desde entonces, pasamos a experimentar un nuevo ciclo de divergencia provocado por dos factores principales: la forma de inserci贸n con la econom铆a global y la evoluci贸n pol铆tico-social interna. Diferentemente de lo ocurrido en la 茅poca del primer Tratado de Montevideo de 1960 o del Pacto Andino, ni todos siguen creyendo que la condici贸n previa para la inserci贸n m谩s amplia con socios desarrollados pasa primero por la integraci贸n prioritaria entre los integrantes de una misma regi贸n o subregi贸n.

Muchos de los pa铆ses latinoamericanos han interpretado la globalizaci贸n como una invitaci贸n para hacer lo que podr铆amos denominar, parafraseando el documento del encuentro de los obispos en Medell铆n, como una "opci贸n preferencial" por los Estados Unidos. Entre esas naciones se encuentran en general las que, debido a determinismos de contig眉idad o proximidad geogr谩fica y/o la concentraci贸n en el mercado norteamericano de su comercio y de sus corrientes migratorias, siempre han encarado la integraci贸n en el espacio econ贸mico de Norteam茅rica como un desarrollo natural en conformidad con la l贸gica econ贸mica y geogr谩fica.

Lo que hasta fecha reciente hab铆a impedido la concretizaci贸n de ese proyecto hab铆a sido el intransigente multilateralismo comercial mantenido en el pasado por los Estados Unidos y su consecuente rechazo de los acuerdos preferenciales. En fines de los ochenta, cuando Washington abandona la posici贸n de defensor y guardi谩n del multilateralismo y comienza a negociar acuerdos bilaterales o regionales de libre comercio, primero con Israel y Canad谩, este 煤ltimo ampliado en seguida en el NAFTA con el ingreso de M茅xico, estaban creadas las condiciones para la idea del ALCA, una Asociaci贸n de Libre Comercio de las Am茅ricas que englobar铆a idealmente a todos los pa铆ses hemisf茅ricos, o, como finalmente se concretar铆a en la realidad, mediante diversos acuerdos de libre comercio bilaterales con sucesivos pa铆ses individuales.

Los pa铆ses que han hecho tal opci贸n ya ten铆an en general m谩s de cincuenta por ciento de su comercio total concentrado en Estados Unidos. Son M茅xico (m谩s de 80%), los centroamericanos, los caribe帽os y los ubicados en la zona septentrional de Am茅rica del Sur: Colombia, Per煤. Otros que estar铆an dentro de la misma l贸gica comercial - Venezuela, Ecuador - quedaron afuera b谩sicamente por motivos pol铆tico-ideol贸gicos.

Para los meridionales - Chile, Bolivia, Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil - de mercados m谩s diversificados o concentrados en Europa, m谩s lejanos de Estados Unidos, exportadores agr铆colas con frecuencia concurrentes do los americanos, la opci贸n por acuerdos del tipo del ALCA no ser铆a tan natural o tan f谩cil. Las excepciones corren por cuenta de algunos pa铆ses de mercado interno relativamente reducido, que han abrazado como la mejor opci贸n de crecimiento econ贸mico un modelo de apertura comercial y de inversiones, as铆 como de b煤squeda de acuerdos de libre comercio con numerosos socios. Es el caso de Chile y ser铆a seguramente el de Uruguay, si no fuera el impedimento del Mercosur.

Por si solo ese factor bastar铆a para eliminar la posibilidad de una integraci贸n exclusivamente limitada a los latinoamericanos, como la propugnada en su tiempo por los an谩lisis de CEPAL y como se so帽贸 en todos los intentos desde el tratado de ALALC de 1960. Es evidente que si se otorgan a Estados Unidos condiciones preferenciales de pleno acceso a los mercados de los signatarios de acuerdos de libre comercio, ya no se puede favorecer de manera especial socios latinoamericanos que, en la mejor de las hip贸tesis, tendr谩n de competir con la econom铆a m谩s adelantada del mundo sin ninguna ventaja especifica. El ejemplo europeo es tambi茅n elocuente: mientras los antiguos pa铆ses socialistas participaban del COMECON, el pacto comercial-econ贸mico rival instituido por la Uni贸n Sovi茅tica, no era evidentemente factible pensar en adhesi贸n de los mismos al Mercado Com煤n Europeo.

Pero, como si tal obst谩culo mayor no fuera suficiente, hay que agregar otro quiz谩s m谩s grave a煤n: la divergencia profunda entre los pa铆ses en la manera de concebir la legitimidad del poder y en la organizaci贸n de la vida nacional. De la misma forma que la Revoluci贸n Francesa de 1789 y la Bolchevique de 1917 hab铆an roto la relativa homogeneidad de los sistemas internacionales anteriores mediante la introducci贸n de un criterio de legitimidad radicalmente distinto, un proceso similar se encuentra en curso en la regi贸n.

Durante d茅cadas, las 煤nicas rupturas en el consenso sobre la democracia representativa tradicional se hab铆an limitado sea al aislado caso de Cuba, sea a los episodios fugaces de la primera versi贸n del sandinismo en Nicaragua, de las guerrillas marxistas o de los reg铆menes militares. Eses 煤ltimos, adem谩s, protestaban de boca su te贸rica adhesi贸n a la democracia representativa, a la cual violaban en la pr谩ctica. Con excepci贸n de Cuba, cuya reciente evoluci贸n defensiva, introspectiva y pragm谩tica ha sido acompa帽ada por una sensible reducci贸n de su influencia hemisf茅rica, las otras experiencias hab铆an sido gradualmente eliminadas o por la derrota militar o por el retorno a los gobiernos civiles constitucionales. Era justamente la desaparici贸n de todas esas alternativas a la democracia representativa lo que generaba la expectativa de una convergencia definitiva de criterios de legitimidad y de patrones de organizaci贸n social.

Lo que ahora comienza a ganar consistencia es algo distinto: una pr谩ctica hist贸rica y un cuerpo de doctrina en formaci贸n que vuelven a alejarse del incipiente consenso y sustentan la superior legitimidad de una nueva alternativa: los reg铆menes que se autodenominan de "refundadores". La expresi贸n "refundaci贸n" es en s铆 misma muy significativa. Es como si, en la v铆spera del bicentenario de la Independencia, se quisiera sugerir que esa 煤ltima no pasara de un embuste, pues el poder independiente habr铆a sido, en el minuto final, confiscado de las manos del pueblo por la oligarqu铆a. Se tratar铆a entonces de restituirlo al pueblo, por medio de una "refundaci贸n" de la naci贸n, quiere decir, repartiendo desde el marco cero.

El punto de partida de los refundadores es la necesidad de abandonar las constituciones tradicionales mediante reformas radicales que rompan los mecanismos electorales, legislativos y judiciales responsables por la perpetuaci贸n en el poder de las oligarqu铆as. Solamente de esa forma ser铆a posible cambiar la econom铆a en el sentido de una redistribuci贸n de la riqueza y de los recursos naturales en favor de los sectores m谩s pobres, coincidentes en muchos pa铆ses con las masas mestizas o ind铆genas. Habiendo llegado al poder por elecciones, los l铆deres refundadores creen indispensable instaurar procesos constituyentes semi-revolucionarios, respaldados por el frecuente recurso a referendos y plebiscitos de consulta directa a los ciudadanos por arriba de partidos y de otras instituciones de mediaci贸n.

En lugar de partidos cl谩sicos, los refundadores se apoyan en movimientos, buscan perpetuarse en el gobierno a trav茅s de la autorizaci贸n de reelecciones repetidas, eliminando o reduciendo mucho la posibilidad de real alternancia en el poder. Tales caracter铆sticas difieren significativamente de la democracia de tipo representativo, donde la mayor铆a ocasional no puede destruir los derechos de las minor铆as, entre ellos el de competir en las elecciones y de aspirar razonablemente a ganarlas. Los reg铆menes refundadores tienden todos a eliminar el sistema de pesos y contrapesos heredado de la constituci贸n norteamericana y a concentrar los poderes en manos del Ejecutivo.

Su programa econ贸mico es en general favorable a una amplia nacionalizaci贸n y estatizaci贸n de la econom铆a, as铆 como a la redistribuci贸n de tierras, caracter铆sticas m谩s presentes en algunos (Venezuela, Bolivia) que en Ecuador, donde el sistema coexiste curiosamente con la econom铆a anteriormente dolarizada y, por lo tanto, dependiente en grado extremo de la soberan铆a monetaria de Estados Unidos.

Ser铆a un error, producto de an谩lisis superficial, asimilar tales reg铆menes al populismo del pasado o a un moderno neo populismo. Seguramente algunas de las caracter铆sticas de los refundadores se encuentran tambi茅n en experiencias hist贸ricas que han recibido en su 茅poca esas denominaciones. Hay que cuidarse, todav铆a, de abusar de la expresi贸n "populismo", una de las m谩s ambiguas y polivalentes en ciencia pol铆tica, rotulo que sirve para todo y para nada. El empleo de esa denominaci贸n en nuestro contexto solamente contribuye para generar confusiones conceptuales y complicar el correcto entendimiento del fen贸meno. No es aqu铆 el lugar para discutir lo que se debe comprender como "populismo", pero basta recordar que, mucho m谩s que un sistema, se trata de un "estilo" de hacer pol铆tica, estilo que puede ser manejado indiferentemente por l铆deres de izquierda, de derecha o de cualquier tendencia ideol贸gica.

No se puede negar, en efecto, que los refundadores poseen una base social autentica y poderosa. En todos los ejemplos en que llegaron al poder y otros en los cuales casi lograran ganar las elecciones exist铆a o existe un enorme fondo de frustraci贸n con la incapacidad persistente de los partidos y/o instituciones de ofrecer a la mayor铆a de la poblaci贸n la posibilidad de atingir niveles satisfactorios de realizaci贸n econ贸mica y social. Ese desencanto comprometi贸 tanto a los gobiernos militares salvadores como a las f贸rmulas econ贸micas del tipo del Consenso de Washington, en cierto momento presentadas como la soluci贸n de los problemas de la miseria y del desempleo. El fracaso repetido de los partidos policlasistas, su aparente falta de sensibilidad con los sufrimientos de los pobres y su casi gen茅tica dificultad en comunicarse culturalmente con largos segmentos de su propia naci贸n han dado lugar al aparecimiento de movimientos determinados a hacer de la exclusiva representaci贸n de las masas vulnerables su raz贸n de ser y de actuar.

En ese sentido, no es irrazonable plantear alguna analog铆a entre lo que actualmente sucede en nuestra regi贸n y el fen贸meno hist贸rico que vivi贸 Europa en las d茅cadas posteriores a la diseminaci贸n de la Revoluci贸n Industrial, en particular entre 1830 y 1880. Al promover la masiva migraci贸n de miles de campesinos hacia los suburbios obreros de las grandes ciudades europeas, la industrializaci贸n fue responsable por la aparici贸n de un actor social nuevo, el obrero industrial o proletario, ansioso en conquistar voz y voto que le eran negados por los sistemas electorales de entonces. El conflicto gener贸 la era de las revoluciones, de las barricadas del Faubourg Saint Antoine, de las insurrecciones de 1830, de 1848, hasta la Comuna de Paris de 1871, episodios sangrientos de los cuales poco a poco emerge la aceptaci贸n, a finales del siglo XIX, de los partidos socialdem贸cratas y eventualmente del sufragio universal.

Era com煤n decirse en la 茅poca que, en el fondo, no exist铆an m谩s que dos partidos: el del movimiento y el de la resistencia, el primero decidido a cambiar el status quo y el segundo en conservarlo a todo costo. Como siempre ocurre cuando un nuevo e importante actor reclama su espacio, la consecuencia ha sido un largo periodo de desestabilizaci贸n caracterizado no solo por las revueltas sino por conspiraciones, atentados, sociedades secretas de carbonarios, ejecuciones, exilados celebres como Chopin, Garibaldi, Mazzini, Karl Marx, atmosfera que dio nacimiento a 贸peras como "Tosca" y a numerosos poemas fundadores de nacionalidad. Al fin y al cabo, los sobrevivientes, debidamente domesticados por la mejora de las condiciones de vida y de sueldos proporcionada por la industria, terminaron por ser cooptados a rega帽adientes por el sistema, ya m谩s seguro de s铆 mismo. Hace mucho que los obreros industriales europeos dejaron de ser la clase revolucionaria por excelencia. En la Europa de hoy, los inconformados son los inmigrantes y sus descendientes, en su mayor铆a musulmanes, africanos o asi谩ticos, relegados a los suburbios deprimidos de la metr贸polis.

驴Ser谩 un exagero sustentar que, de cierto modo, lo que ocurre actualmente en Latinoam茅rica es una experiencia parecida, apenas con un retraso hist贸rico de cien a帽os? Hay, sin embargo, algunas diferencias fundamentales, de las cuales quiz谩s la m谩s relevante es que nosotros tuvimos mucho m谩s urbanizaci贸n, diez veces m谩s r谩pida e intensa, que industrializaci贸n. La urbanizaci贸n crea el problema de la sociedad de masas vulnerables y empobrecidas de sus ra铆ces culturales y comunitarias tradicionales; la industrializaci贸n debe, en principio, generar los medios de prosperidad que permitan integrar a esas masas como agentes productivos y ciudadanos conscientes. Una urbanizaci贸n explosiva desacompa帽ada de un desarrollo industrial correspondiente ha privado Latinoam茅rica del principal instrumento que en Europa, Estados Unidos, Jap贸n y Corea del Sur hab铆a facilitado la trasformaci贸n de antiguos campesinos en obreros industriales y, por esa v铆a, posibilitado su plena integraci贸n en la nueva sociedad industrial.

Lo que, s铆, tenemos, son masas de millones de campesinos o de sus descendientes viviendo en condiciones dif铆ciles en la periferia de las gigantescas ciudades latinoamericanas, de Ciudad de M茅xico a Buenos Aires, de Lima o La Paz a Rio de Janeiro o S茫o Paulo, en algunas de las cuales la desindustrializaci贸n prematura o precoz por efecto de la competici贸n global no ha sido compensada por otras actividades productivas generadoras de empleo. 驴Cuantos de eses hombres y mujeres sobreviven de forma precaria, con empleos eventuales en la econom铆a informal, sin derechos laborales b谩sicos? Una de las manifestaciones m谩s perturbadoras de ese descompaso entre urbanizaci贸n e industrializaci贸n, caldo de cultura favorable al surgimiento del lumpenproletariat, es el hecho que en nuestros d铆as la criminalidad organizada, el narcotr谩fico transnacional en larga escala, la violent铆sima guerra civil entre criminales y polic铆as se hayan convertido en toda la regi贸n, desde M茅xico a Brasil, en un problema que amenaza al Estado mismo.

Ese nuevo actor social de las periferias no se siente representado por los partidos tradicionales, ni mismo por los movimientos populares de los a帽os treinta, cuarenta o cincuenta, buscando de preferencia, como canal de expresi贸n pol铆tica, movimientos tambi茅n nuevos, empe帽ados en promover el cambio del status quo. Difieren eses movimientos entre s铆, de igual manera que difieren las condiciones nacionales dentro de las cuales act煤an, as铆 como las tradiciones pol铆ticas y la personalidad de sus l铆deres. Hay, sin embargo, un fondo com煤n perceptible en el hecho que todos son esencialmente movimientos que encuentran sus apoyos y ra铆ces en las periferias de las grandes ciudades modernas, m谩s que en las zonas rurales de peso e influencia declinantes. En otras palabras, las periferias tienen su cultura pol铆tica propia, de la misma manera que su expresi贸n religiosa caracter铆stica: las sectas evang茅licas o pentecostales.

En el pasado hubo movimientos que encarnaron el ascenso del proletariado industrial urbano en los pa铆ses m谩s industrializados de la regi贸n, como fue el caso del peronismo en la Argentina o del laborismo de Getulio Vargas en el Brasil de los a帽os 1940-50. No faltaron tampoco tendencias de izquierda de inspiraci贸n marxista en pr谩cticamente todo el continente. Muy a menudo movimientos de ese tipo eran excluidos de las elecciones o impedidos por los militares de gobernar cuando sal铆an victoriosos de los comicios por temor de que alentar铆an a la subversi贸n comunista. Mientras dur贸 la Guerra Fr铆a, la alianza entre sectores dominantes tradicionales, las fuerzas armadas y los Estados Unidos actu贸 en la pr谩ctica como un obst谩culo insuperable para que tales movimientos pudieran sacar provecho del respaldo de la eventual mayor铆a de la ciudadan铆a.

Lo que ahora es nuevo es que, a partir de la liquidaci贸n de la Guerra Fr铆a, el veto conservador a eses movimientos dej贸 de contar con el autom谩tico apoyo de Estados Unidos y de los militares, abriendo camino a que prevalezca el juicio de los votantes. Es como si por primera vez el sufragio universal pasara verdaderamente a producir efectos en Am茅rica Latina. No se puede prever como habr谩 de evolucionar ese movimiento hist贸rico de afirmaci贸n de un nuevo actor pol铆tico-social, cu谩nto tiempo durar谩 y que resultados arrojar谩 como herencia. Lo m谩s probable es que las experiencias sean tan numerosas como numerosos son los pa铆ses involucrados.

Una indicaci贸n sugestiva de c贸mo puede ser diversificada la evoluci贸n de tales movimientos es la trayectoria de uno de los primeros, el Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil y de su l铆der incontestado, el presidente Lu铆s In谩cio Lula da Silva. Dif铆cilmente se podr铆a imaginar ejemplo m谩s t铆pico de la tendencia. El PT naci贸 en la periferia fuertemente industrial y moderna (industria automovil铆stica) de S茫o Paulo y su l铆der era un autentico obrero metal煤rgico cuya familia inmigrara desde el empobrecido y rural Nordeste del pa铆s. Radical y vagamente socialista en su origen, rechazando toda alianza o compromiso con fuerzas pol铆ticas tradicionales (por ejemplo, recus贸 votar en la elecci贸n indirecta por el Congreso del primero presidente civil, se neg贸 a firmar la constituci贸n del 1988), el PT contaba con una militancia de masa y el respaldo de numerosos movimientos populares, incluso vinculados a la Iglesia Cat贸lica.

Despu茅s de haber sufrido tres derrotas consecutivas en las elecciones presidenciales, Lula y el Partido se convierten a la Realpolitik y se presentan a los comicios de 2002 con cara nueva: prometen respectar los contratos, buscan alianzas t谩cticas, adoptan, una vez victoriosos y en el poder, buena parte de la herencia de pol铆tica econ贸mica del gobierno de Fernando Henrique Cardoso. Disfrutando de un entorno econ贸mico externo favorable, estimulan el crecimiento empujado por el consumo de masas, recurriendo con frecuencia a medidas distributivas y/o asistenciales como el masivo programa de distribuci贸n de recursos a familias pobres (m谩s de diez millones de familias beneficiadas).

Al mismo tiempo, aceptan, bajo el pretexto de la gobernabilidad, las pr谩cticas de corrupci贸n pol铆tica que antes condenaban con vehemencia, se disponen a aliarse con oligarqu铆as locales siempre que les resulte 煤til y pasan a practicar una pol铆tica econ贸mica aprobada por los sectores m谩s ortodoxos del pa铆s. Lula y su partido se vuelven cada vez m谩s centristas, logran mismo ocupar el centro de gravedad del promedio de las posiciones, lo que explica mucho de la constante popularidad del presidente. Ya no se discute que hacen parte del establishment y, en ese sentido, reproducen el destino de los socialdem贸cratas europeos. Interesante es que el PT (no necesariamente Lula) claramente pierde espacio en la periferia de la ciudad S茫o Paulo, el centro urbano e industrial m谩s adelantado del pa铆s, cu帽a de su nacimiento, y comienza a conquistar como nuevo basti贸n electoral a las zonas pobres del Nordeste dependientes de los programas asistenciales.Gradualmente deja de ser el representante exclusivo de un sector social, pasando a disputar el centro del espectro social y pol铆tico con otros partidos.

Es plausible explicar tal evoluci贸n por el grado m谩s avanzado de industrializaci贸n y diversificaci贸n de la sociedad brasile帽a, que rindi贸 posible que se reprodujera la experiencia hist贸rica del Occidente con el rol integrador de la industrializaci贸n. Tal hecho ya se observa en el car谩cter de la base original del PT - sindicatos fuertemente organizados del sector m谩s moderno de la econom铆a - en contraste con lo que sucede en pa铆ses como Bolivia, Ecuador, Venezuela. As铆 mismo una parte considerable de la explicaci贸n de la diferencia consiste en la personalidad pragm谩tica de l铆der sindical de Lula. Se trata sobre todo de un reformista moderado en la tradici贸n del l铆der del AFL-CIO, Samuel Gompers, quien, desafiado a decir en pocas palabras lo que a final deseaba el movimiento sindical americano, contest贸 lac贸nicamente: 隆"More!".

En el extremo opuesto estar铆an los representantes de la "refundaci贸n" pura y dura: Venezuela, Bolivia, Ecuador. Relativamente pr贸ximos de esas tres se encontrar铆an gobiernos como el de Nicaragua de Ortega, Honduras antes del reciente cambio, posiblemente Paraguay y el gobierno reci茅n estrenado de El Salvador. No es mi prop贸sito trazar aqu铆 una tipolog铆a completa de los reg铆menes pol铆ticos en Am茅rica Latina, de examinar situaciones particulares como la de Argentina, siempre una categor铆a a parte, la de Chile o del Per煤, que lleg贸 a tener su propia experiencia de "refundaci贸n" con el r茅gimen de Velazco Alvarado de los a帽os setenta.

Lejos de ser un an谩lisis exhaustivo de la corriente situaci贸n pol铆tica en el continente, mi texto pretende solamente reaccionar contra la tentaci贸n simplista de reducir lo que sucede entre nosotros apenas a una manifestaci贸n m谩s de caudillismo, de neopopulismo, de modismos dictatoriales transitorios. Lo que asistimos hoy es a una tendencia profunda - la emergencia de un nuevo actor pol铆tico y social, las masas de las periferias - y somos todos protagonistas de un proceso que ser谩 muchas veces doloroso y prolongado hacia la progresiva incorporaci贸n de ese protagonista reciente a la vida pol铆tica de nuestros pa铆ses.

Ser谩 in煤til tentar evitar tal proceso, deseable y hist贸ricamente necesario; lo que s铆 se puede hacer es actuar para que, entre las posibles variantes existentes para su expresi贸n, se adopten las menos traum谩ticas y violentas, las m谩s efectivas en t茅rminos de resultados objetivos. De la calidad del proceso, de su car谩cter m谩s o menos constructivo y consensual, de la sabidur铆a y moderaci贸n de quienes tendr谩n el poder de influir en su curso, va a depender lo que seremos en el futuro. Pero que no haya ilusiones: mientras el proceso no se agote con el alcance del pleno desarrollo de su potencialidad, viviremos largos periodos de desestabilizaci贸n, quiz谩s por m谩s de una o dos generaciones, puesto que la emergencia de un nuevo actor siempre significa un cambio del status quo en detrimento de alguien.

Ahora bien, volviendo a nuestro punto de partida inicial, procesos hist贸ricos del tipo que estamos describiendo no son, en principio, propicios a la integraci贸n, en primero lugar por su naturaleza intensamente introspectiva. Pa铆ses empe帽ados en una "refundaci贸n" suelen dirigir casi toda atenci贸n y energ铆a hacia adentro, a sus conflictos interiores, a la absoluta prioridad de reinventarse. T贸mese, por ejemplo, el caso de Bolivia, tal vez el m谩s extremo, donde la nueva constituci贸n distingue entre ciudadanos "originarios" y los dem谩s, poniendo en cuesti贸n la base misma del concepto tradicional de naci贸n pluralista. 驴C贸mo esperar que una poblaci贸n profundamente dividida, que establece categor铆as entre sus propios conciudadanos y toma en serio la posibilidad de fragmentaci贸n del pa铆s, pueda desarrollar con relaci贸n a los de afuera la consciencia de conciudadan铆a plena que recusa adoptar hacia los de adentro?

Un factor adicional de complicaci贸n es que, cuando el criterio de solidaridad pasa a ser el de la afinidad ideol贸gica (el socialismo bolivariano) o el origen 茅tnico (la nostalgia de la unidad del Imperio incaico), existe el riesgo, ya presente en la actualidad, de querer influir en el destino de los pa铆ses vecinos, con las previsibles dificultades internacionales que implica tal posici贸n.

Vale la pena que nos detengamos sobre ese punto. Como las revoluciones, los reg铆menes refundadores son divisores de aguas, factores de profunda divisi贸n de la poblaci贸n. Una de sus marcas inconfundibles es la polarizaci贸n y radicalizaci贸n de la ciudadan铆a, su tomada de partido por sectores antag贸nicos, como hoy se advierte en Venezuela, Ecuador, Bolivia, con episodios recurrentes de choques, enfrentamientos, riesgo de guerra civil. Sea dicho de paso que una de las diferencias b谩sicas entre tales experiencias y la de Brasil es que Lula ha preferido desempe帽ar un papel integrador e unificador, record谩ndose tal vez que la ultima vez en que la sociedad brasile帽a se polariz贸 y radicaliz贸, entre los a帽os de 1961 y 1964, el resultado neto ha sido una dictadura militar de 21 a帽os.

Los l铆deres refundadores poseen, en cambio, el temperamento del rol que escogieron jugar: movilizadores, agresivos, de retorica beligerante, s铆mbolos de contradicci贸n y de divisi贸n, interna y externamente. Anti-imperialistas, anti-americanos, anti-occidentales, a veces anti-europeos, nacionalistas, no se sienten limitados por el principio de no-injerencia cuando se trate de emitir opiniones o adoptar acciones a favor de grupos similares, a煤n de car谩cter guerrillero, en naciones vecinas. La creaci贸n por eses l铆deres de la llamada Alternativa Bolivariana de Naciones (ALBA) no es sino la expresi贸n l贸gica de su vocaci贸n divisiva.

Mi descripci贸n se limita a tentar extraer de la realidad los rasgos principales de esa tendencia. Quienes prefieran ejemplos menos abstractos se contentar谩n en enumerar los numerosos hechos concretos que marcaron en los 煤ltimos meses las conflictivas relaciones entre Colombia, de un lado y Venezuela y Ecuador, del otro, con incidentes que por poco llegan a choques armados; la tensi贸n creciente con Per煤 provocada por declaraciones del presidente boliviano; los problemas con Brasil en raz贸n de actos de los gobiernos boliviano y ecuatoriano en contra de empresas brasile帽as; las nacionalizaciones venezolanas de compa帽铆as con inversionistas argentinos; el clima hostil creado por N茅stor Kirchner en relaci贸n a Uruguay con ra铆z de la cuesti贸n de las papeleras y un sin n煤mero de episodios m谩s o menos graves que ser铆a aburrido recordar. T铆pico de esa situaci贸n es que Unasur, la m谩s reciente invenci贸n de la fecunda imaginaci贸n diplom谩tica latinoamericana, no logre hace meses elegir Kirchner como secretario-general en raz贸n del veto uruguayo.

La conclusi贸n que me parece imponerse de este an谩lisis es que debemos plantear un repliegue estrat茅gico en la integraci贸n de Am茅rica Latina, inspirados en el prof茅tico texto en que Carlos Garc铆a Bedoya recomendaba similar repliegue en el Di谩logo Norte-Sur. No se trata de abandonar la idea integracionista sino de adaptar los medios y fines de la integraci贸n a las condiciones de posibilidad dictadas por la situaci贸n que se describi贸 arriba.

Ese repliegue tiene de basarse en tres tipos de actitud: realismo, selectividad, flexibilidad. Realismo para reconocer que hay en la regi贸n maneras distintas de concebir la integraci贸n a la econom铆a globalizada, con hechos consumados expresos en numerosos acuerdos de libre comercio con pa铆ses desarrollados que cierran el paso a esquemas de integraci贸n preferenciales limitados a los socios latinoamericanos. Realismo tambi茅n para adoptar en la retorica integracionista un tono de sobriedad y moderaci贸n que no genere expectativas inexequibles, particularmente en relaci贸n a temas pol铆ticos y sociales sobre los cuales existen divergencias profundas.

Selectividad en el sentido de admitir que los tipos m谩s ambiciosos de integraci贸n estar谩n fuera de nuestro alcance mientras dure el corriente proceso de divergencia aguda. Ya no se puede persistir, como viene ocurriendo desde 1960, en la tendencia de buscar inspiraci贸n en el modelo de integraci贸n europeo, que tiene objetivos expl铆citos o impl铆citos de supranacionalidad con fines pol铆ticos. Lo mismo sucede con tipos de integraci贸n que presupongan o estimulen inversiones con miras a integrar la cadena productiva, al menos en relaci贸n a los pa铆ses que no garanten un m铆nimo de seguridad jur铆dica, multiplican nacionalizaciones arbitrarias, limitan la autonom铆a del poder judicial. No se imagina, en efecto, que sea factible integrar econom铆as de mercado con otras orientadas hacia el "socialismo del siglo XXI".

Esa es una cuesti贸n que plantea un reto especial a pa铆ses como Brasil, con tendencia a mantener super谩vits comerciales crecientes y permanentes con casi todos los latinoamericanos y que crey贸 un momento haber encontrado en la integraci贸n energ茅tica la soluci贸n para dar un cierto equilibrio al intercambio. Parec铆a tener sentido que una naci贸n importadora de energ铆a buscara una integraci贸n natural con vecinos que son, casi todos, exportadores de energ铆a. Fue ese g茅nero de racionalidad, adem谩s de otras razones de vecindad, que inspir贸 tratados como el relativo al proyecto hidroel茅ctrico binacional de Itaipu, con el Paraguay y el del gasoducto con Bolivia, ambos con ra铆ces en los a帽os sesenta, a pesar de concretados en fechas distintas. Hubo otros acuerdos de menor envergadura con Venezuela, Argentina, proyectos con Per煤, Colombia, la mayor铆a de los diez vecinos contiguos al territorio brasile帽o.

La idea es seductora y promet铆a construir una red de interconexiones que integrar铆a el coraz贸n de las tierras sudamericanas. El problema es que todo proyecto de integraci贸n energ茅tica aumenta la vulnerabilidad al crear una dependencia nueva. La contrapartida de tal vulnerabilidad tiene que ser la absoluta seguridad jur铆dica, garantizada idealmente por tratados de Estado. As铆 se hizo, pero ni los tres tratados celebrados con Bolivia bastaron para evitar la nacionalizaci贸n de los yacimientos explotados por Petrobr谩s, ni el tratado de Itaipu ha impedido los constantes esfuerzos de los paraguayos para reabrirlo de modo inaceptable.

He tenido como diplom谩tico una experiencia como protagonista personal de ambos proyectos y actu茅 como funcionario para realizar su potencial integracionista. Hoy, con el beneficio del conocimiento adquirido, estoy convencido que hemos subestimado los riesgos de la experiencia con pa铆ses inestables e inmaturos. En el caso brasile帽o, los recientes descubrimientos de gigantescos yacimientos en las aguas profundas del Atl谩ntico hacen adem谩s superflua la hip贸tesis de repetici贸n de acuerdos de ese tipo.

驴Una vez desechados los esquemas de integraci贸n m谩s ambiciosos o profundos (deep integration), que requieren armonizaci贸n de legislaciones, inversiones o aumento de la vulnerabilidad, que es lo que resta? Mucha cosa, a comenzar por los proyectos de integraci贸n f铆sica del tipo del IRSA. El hecho de que llegamos al siglo XXI sin disponer de una red razonable de interconexiones viarias, de telecomunicaciones, transportes intermodales, constituye uno de los m谩s graves obst谩culos a que se pueda explotar plenamente el potencial econ贸mico y comercial de la contig眉idad de territorios. Ese g茅nero de integraci贸n, precondici贸n de las dem谩s, es habitualmente menos afectado por diferencias ideol贸gicas y pol铆ticas.

Otra modalidad de integraci贸n que sufre menos en fases de divergencia es la llamada integraci贸n superficial (shallow integration), que es el nombre que se da en las negociaciones comerciales para cualquier reducci贸n de tarifas, aranceles u otros obst谩culos al comercio entre pa铆ses. En Am茅rica Latina, no obstante los avances registrados en los 煤ltimos a帽os, el comercio intraregional apenas alcanza unos 20 por ciento del intercambio total de la regi贸n con el resto del mundo, lo que sigue lejos de los 铆ndices de m谩s del 30 por ciento en Asia (a pesar de que son mucho menos numerosos los instrumentos de integraci贸n formales en el continente asi谩tico), sin hablar del comercio intraeuropeo con m谩s de 60 por ciento del total.

Los intentos m谩s exigentes, como el estimulo oficial a inversiones privadas reciprocas con miras a la integraci贸n de cadenas productivas (como en Asia o entre Per煤 y Chile, por ejemplo) o la negociaci贸n de acuerdos con vocaci贸n hacia la apertura tan completa cuanto deseable del intercambio comercial deben, en principio, ser reservados a socios afines en la concepci贸n de la econom铆a pol铆tica, que comparten id茅nticos patrones de protecci贸n a las inversiones y tienden a una convergencia en el comportamiento macroecon贸mico.

Las actuales divergencias no deber铆an igualmente representar barrera a una integraci贸n de tipo m谩s cooperativo, tal como la posibilidad de utilizar mejor el potencial del Tratado de Cooperaci贸n Amaz贸nica en materia de medio ambiente. Un ejemplo ser铆a el de conformar, a nivel de la Amazonia y entre los pa铆ses miembros del tratado, un organismo inspirado por el IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change), con el objetivo de monitorear lo que est谩 sucediendo en la regi贸n en t茅rminos de cambio clim谩tico y de coordinar acciones de prevenci贸n y/o de adaptaci贸n. Ideas constructivas como esa no faltar铆an en los campos de la cooperaci贸n cient铆fica, tecnol贸gica, universitaria, de salud etc.

Finalmente, m谩s que nunca, tiempos como los actuales recomiendan m谩xima flexibilidad en los dispositivos de acuerdos de integraci贸n a fin imprimirles el car谩cter de genuino regionalismo abierto y para dejar a los socios la posibilidad de aprovechar oportunidades creadas por situaciones especificas. La experiencia latinoamericana nos ense帽a que normas demasiado r铆gidas, como han sido el Estatuto Com煤n de Inversiones Extranjeras del Acuerdo de Cartagena, acaban por volverse contraproducentes o pasan a ser letra muerta.

Tal recomendaci贸n parecer铆a aplicarse de manera especial a esquemas como el Mercosur, que se fij贸 uno de los objetivos m谩s ambiciosos que se pueden imaginar en materia de integraci贸n comercial, la uni贸n aduanera, en otros t茅rminos, la erecci贸n de una barrera aduanera com煤n a todos los socios en relaci贸n a terceros. En m谩s de quince a帽os de existencia, esa meta ha demostrado ser una quimera. Adem谩s de las numerosas perforaciones que se han acumulado a lo largo del tiempo en el arancel externo com煤n, la reciente tendencia argentina de reindustrializaci贸n de su econom铆a y el escaso respecto reiterado en relaci贸n a los compromisos regionales no dejan mucha esperanza razonable de una evoluci贸n positiva a tal respecto. En cambio, sin poder disfrutar de los beneficios potenciales de la uni贸n aduanera, los socios se ven impedidos de negociar acuerdos bilaterales o regionales, estando sujetos a vetos individuales de cualquier de los integrantes del acuerdo.

Existen as铆 analog铆as entre lo que actualmente ocurre en el Mercosur y lo que ha sucedido con el Grupo Andino y, muy posiblemente, la flexibilizaci贸n impl铆cita o expl铆cita registrada en ese 煤ltimo acabar谩 tambi茅n, tarde o temprano, por imponerse en el primero, cambiando su naturaleza para algo m谩s cercano a un acuerdo imperfecto de libre comercio.

No ser铆a imposible analizar otras alternativas de limitada integraci贸n compatibles con el proceso de divisi贸n y divergencia que hoy caracteriza Am茅rica Latina. Eses ejemplos son suficientes, todav铆a, para ilustrar la tesis central que planteamos al comienzo: que, faltando convergencia en los valores, fines y medios comunes entre los pa铆ses, el mejor es renunciar a la integraci贸n ambiciosa pero inalcanzable y contentarse con la integraci贸n factible a pesar de modesta.

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Rubens Ricupero, ex-embaixador, foi ministro da Fazenda do governo Itamar Franco. Este 茅 o texto da sua interven莽茫o na Reuni茫o de Embaixadores do Peru, em 2 de julho de 2009, em Lima.



Fonte: Especial para Gramsci e o Brasil.

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