La destrucción de Sodoma es una de las grandes parábolas del Antiguo Testamento, en la que seduce ese irreductible y vengativo sentido de la justicia que ejerce el malhumorado Yahvé, capaz de desatar una lluvia de fuego y azufre desde los cielos para calcinar a una ciudad entera con todos sus habitantes, niños incluidos, en castigo por sus pecados. Pero aún asÃ, ese Dios adusto y cruel no se resiste a la insistente pregunta de Abraham acerca de los justos.
"¿Destruirás también al justo con el impÃo?", le pregunta Abraham. "Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás también y no perdonarás al lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él?" Yahvé acepta que salvarÃa a la ciudad de la cremación que ya ha decidido, aún si solamente hubiera diez justos, última cifra que le presenta Abraham. Al final, de todas maneras, las cuentas divinas no cuadran y la hecatombe es consumada.
Hoy, ante la decisión del estado de Israel de castigar al LÃbano con fuego y azufre por los pecados de Hezbolá, me pregunto: ¿cuántos justos habrá en sus ciudades? Niños, ancianos, enfermos en los hospitales, mujeres en espera de dar a luz. No hay manera de que no puedan contarse en las filas de los justos. ¿No hubo justos suficientes como para que el LÃbano fuera salvado del castigo que baja de los cielos como lluvia de rojo granizo encendido?
Esta guerra que vemos por la televisión, parece librada en un escenario del Antiguo Testamento. Abraham no ha sido oÃdo. Los ataques contra la población civil indefensa del LÃbano han causado cerca de mil muertos y más de tres mil heridos, y una pavorosa destrucción, al caer las bombas, los obuses y los cohetes sobre viviendas, escuelas, guarderÃas, igual que sobre centros de refugio, sistemas de electricidad y agua potable, y aun puestos de observación de las Naciones Unidas.
¿Qué tienen que ver las miles de vÃctimas con Hezbolá, la organización terrorista de fanáticos islámicos que utiliza el territorio del LÃbano para atacar a Israel? No es justa, y más bien parece cÃnica, la alocución del primer ministro, Ehud Olmert, lamentando la muerte de inocentes, la destrucción de hogares, el que las familias tengan que huir de sus casas, pero prometiendo a la vez que los bombardeos seguirán mientras Israel no cumpla sus objetivos militares, lo que quiere decir que más gente inocente seguirá muriendo y sufriendo. No cincuenta, ni diez justos. Miles de ellos.
Esta licencia que Israel se concede a sà mismo, en contra de toda ley internacional, puede significar que el LÃbano, arrasada su infraestructura, llegue a quedar desarticulado y no pueda funcionar como paÃs por mucho tiempo, lo cual significa, a la vez, conceder que la existencia de una nación depende de la voluntad de otra y de su superioridad militar. Un ejemplo asÃ, consentido, destruye las bases sobre las que se asienta la convivencia pacÃfica, y abre las puertas para que otros se arroguen los mismos derechos.
La barbarie no puede tener excusas. Creo que es un procedimiento de la peor especie ligar los sufrimientos del pueblo judÃo, vÃctima del genocidio en los campos de concentración nazi, a estos hechos causados por las fuerzas militares de Israel, y asà callar los horrores presentes en nombre de aquellos sufrimientos. Asà como es también de la misma peor especie sumarse a las voces extremistas de quienes piensan que hay que extinguir a Israel como paÃs, y echar a sus habitantes al mar. Pero reclamar que Israel deje de actuar como lo está haciendo en LÃbano, o como lo hace en Palestina, no convierte a nadie, por eso mismo, en antisemita.
Aunque las voces que llaman el entendimiento pacÃfico y a la convivencia entre judÃos y palestinos, y los árabes en general, no sean oÃdas en estos dÃas, porque quedan silenciadas ante el clamor incesante de las bombas, hay que recordar que ese entendimiento y esa convivencia son el único camino posible, porque no hay paz sin voluntad de aceptar al otro. Pienso otra vez en el escritor Amos Oz y en el pianista Victor Baremboim, dos judÃos que quieren que su pueblo conviva con el pueblo palestino, y sufren el acoso de los extremistas por decirlo, asà como también hay palestinos estigmatizados por abrirse a un entendimiento con Israel. Un sÃmbolo de esos palestinos sigue siendo el gran intelectual Edward Said, aun después de su muerte, quien, contrario al fundamentalismo islámico, se consideraba "quizás un palestino judÃo", y recibió, junto con Baremboim, el Premio PrÃncipe de Asturias de la Concordia en el año 2002.
Hay que oÃr a quienes reclaman el cese de los bombardeos y el fin de todo acto de agresión contra LÃbano, no en nombre de ideologÃas religiosas fundamentalistas, ni en nombre de ideas de dominio geopolÃtico, ni alineándose con Irán, o con Siria; y hay que oÃr a quienes reclaman el cese de los secuestros y acciones terroristas de los grupos islámicos extremistas, y el cese del lanzamiento de cohetes contra la población civil de Israel, pero no en nombre de una nueva guerra santa de occidente contra los infieles, ni en nombre de los halcones religiosos de Israel, tan extremistas y sectarios como los extremistas religiosos árabes.
Conseguir la paz significará imponerse sobre los fanáticos de ambos lados, que hoy, por desgracia, tienen en sus manos el poderÃo militar y las armas letales suficientes para seguir matando inocentes, y para seguir haciendo llover de los cielos fuego y azufre.
Nicaragua, agosto del 2006.
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Sergio RamÃrez é escritor e dirige, em Manágua, a revista eletrônica Carátula.