Se cumple un cuarto de siglo de la guerra de las Malvinas. Invito al lector a que pensemos juntos sobre el conflicto que nos llevó a ella, y especialmente sobre la
causa Malvinas, las experiencias, anhelos, valores y sentimientos que dieron forma a esa
causa que tanto nos habla de nosotros mismos. No será éste un libro de análisis sin pasión sino de aquellos que comprometen profundamente al autor con su sociedad y donde entran en juego sus propios valores e ideales. El tema es doloroso porque está atravesado de viejas y nuevas heridas, todas abiertas. Y yo me dispongo a echar sal en esas heridas. No le voy a hacer fácil las cosas a quien recorra estas páginas, como no me ha sido fácil a mà escribirlas. Lo haré sin otro bálsamo que mi sentido del humor - en verdad sal y pimienta.
Muchos argentinos, y entre ellos quizás usted, lector, parecen portar certezas y dolorosas heridas - más aún, todos parecemos creer que todos compartimos las mismas certezas y a todos nos duelen las mismas heridas. Pero nos hemos hecho muy pocas preguntas sobre las creencias y los dolores que constituyen la causa Malvinas. Las preguntas son sal. Duelen pero sirven para conocernos más a nosotros mismos y descubrir que tenemos menos certezas de lo que parece, menos consensos de lo que nos atrevemos a pensar, y que hacer explÃcita nuestra incertidumbre y nuestros disensos nos deja un tanto a la intemperie, pero en una intemperie más prometedora que el cobijo agobiante construÃdo con tantos lugares comunes a lo largo de décadas.
Hablar de las Malvinas no es solamente hablar de la relación entre el archipiélago y la nación, sino primordialmente de nuestro nacionalismo - un modo particular de concebir la nación, y de concebir su relación con el mundo. Las virtudes de la cuestión Malvinas para encarnar nuestro nacionalismo no las comparte con ninguna otra - de allà su extraordinario valor. De modo tal que me ocupo aquà de la causa Malvinas para cuestionar a fondo formas de pensar, creer y sentir nuestra cultura e historia, nuestro presente y nuestro futuro, los modos de relacionarnos entre nosotros y de vincularnos con el mundo.
Se cumple en junio de 2007 otro aniversario del fin de la guerra de Malvinas. Actualmente gana terreno a pasos agigantados una interpretación sobre las consecuencias de esta guerra que sostiene que, si los militares no hubiesen ocupado las islas, entonces éstas ya habrÃan sido recuperadas. Es la opinión del embajador Carlos Ortiz de Rosas: "Sin guerra, ya serÃan nuestras las Malvinas" (La Nación, 01-04-06). En verdad los propios ingleses abrieron este camino; el periodista Simon Jenkins afirmó, en el mismo diario: "La guerra más que un paso atrás fue un verdadero desastre. Si la invasión no se hubiera producido, hoy seguramente la Argentina tendrÃa, por lo menos, la soberanÃa compartida de las islas" (La Nación, 30-03-2003).
Aunque considero la guerra de Malvinas no sólo un desastre sino un crimen, no comparto este punto de vista, porque inspira conclusiones erradas sobre el perÃodo polÃtico-diplomático de la disputa por las islas entre 1965 (declaración 2065 de la ONU) y 1982. Esta nueva visión de la guerra choca frontalmente contra lugares comunes establecidos sobre el perÃodo previo, que habÃan permanecido incólumes hasta ahora. Destaco tres de ellos. El primero sostiene que durante esos años la Argentina desenvolvió un esfuerzo impecablemente pacÃfico, una polÃtica "basada en la buena fe y en el acatamiento de los principios de la Carta y de las resoluciones de las Naciones Unidas" (Vignes, ClarÃn , 22-09-1974). El segundo confirma crÃticamente al primero: aquella polÃtica fue estéril, y estábamos cada vez más lejos del objetivo de recuperar el archipiélago. El tercer lugar común se refiere a los supuestos motivos ingleses para retener las islas. Sostiene que las señales nÃtidas que dieron los británicos entre 1965 y 1968 de su disposición a transferirlas eran engañosas, y que las islas fueron retenidas por intereses neocoloniales e imperialistas.
Es patente el choque entre estos lugares comunes y la interpretación de que si no ocupábamos las islas éstas caÃan como una fruta madura. Si se cree en este contrafáctico, no puede sostenerse al mismo tiempo que el esfuerzo diplomático de guante blanco entre 1965 y 1982 era inconducente, que nada se habÃa avanzado, y que los ingleses tenÃan poderosos intereses materiales y estratégicos para negarse a transferir la soberanÃa.
Para resolver el intrÃngulis es indispensable que cuestionemos todo. No es cierto que si la dictadura militar no hubiese dado el paso en falso de 1982 la polÃtica seguida hasta ese entonces habrÃa llevado a la recuperación de las islas. No es cierto que esa polÃtica entre 1965 y 1982 haya sido puramente de buena fe y paciencia diplomática. No es cierto tampoco que hasta 1982 no se habÃan producido algunos avances significativos en la resolución de la "disputa de fondo" (la soberanÃa). Y no es cierto que los motivos británicos para resistirse a la transferencia hayan sido de orden neocolonial o imperialista.
El curso polÃtico-diplomático dominante hasta 1982 fue la polÃtica de amenaza verosÃmil. Amenaza: "Si la actitud negativa del Reino Unido conduce a un callejón sin salida, el gobierno argentino se verá obligado a revisar en profundidad la polÃtica seguida hasta el presente..." (es un ejemplo entre miles, una declaración real, con antecedentes muy remotos). La noción de que la Argentina aguanta las injusticias con abnegación por su incuestionable compromiso con el derecho pero que, ante la indiferencia de los injustos y egoÃstas, puede verse "obligada" a decir basta y hacer justicia por mano propia es un pilar básico de la causa Malvinas cuya configuración se remonta a los tiempos de Alfredo Palacios y el canciller Saavedra Lamas. Y verosÃmil: existe ya muchÃsima evidencia (enriquecida recientemente por Freedman, 2005) acerca de que tanto británicos como malvinenses estaban efectivamente preocupados por la hipótesis, a la que asignaban posibilidades de concreción, de que los argentinos finalmente nos resolviéramos por una acción militar. Nunca jamás, salvo hasta dos o tres dÃas antes de la ocupación en abril del 82, creyó el gobierno inglés en la inminencia de una ocupación de las islas. Pero sà en que finalmente, y tras un perÃodo de gradual incremento de la tensión polÃtica y diplomática, una decisión de ocupar pudiera ser tomada. Otra vez un ejemplo entre miles: cuando lord Chalfont, enviado por el Foreign Office, visita Buenos Aires en 1968, informa a su canciller, según cita Lawrence Freedman: "A menos que la soberanÃa sea seriamente negociada y transferida en el largo plazo, es probable que terminemos en un conflicto armado con la Argentina". El siguiente ayuda a entender en parte la actitud inglesa: "En julio de 1977, David Owen presentó un informe a la Comisión de Defensa, donde argumentaba que era necesario realizar negociaciones serias y de fondo ya que las islas eran militarmente indefendibles salvo que se hiciera una enorme e inaceptable inversión de recursos corrientes" (Informe Franks, 1983).
----------
Vicente Palermo é cientista polÃtico e pesquisador do Instituto Torcuato di Tella - Conicet, de Buenos Aires. Este texto, também publicado em La Insignia, faz parte do livro Sal en las heridas. Las Malvinas y la cultura argentina contemporánea (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 2007).