Juan Carlos Portantiero no fue un polÃtico, pero esencialmente lo fue al convertirse en un hombre fuertemente absorto por lo polÃtico. HabÃa sido discÃpulo de Héctor Agosti, quien a su vez lo habÃa sido de AnÃbal Ponce, quién a su vez lo habÃa sido de José Ingenieros. Quizás con Portantiero se va el último representante de una tradición crÃtica argentina, que tuvo en su haber obras como Defensa del realismo, La vejez de Sarmiento y La evolución de las ideas argentinas, respectivamente de cada uno de aquellos autores. A esta nutrida serie, Portantiero comenzó por agregarle Realismo y realidad en la literatura argentina, escrito a comienzos de los años 60, en la que podÃan encontrarse reflexiones sobre el realismo literario a la luz de primerizas citas de Antonio Gramsci, al que el grupo de Agosti habÃa comenzado poco tiempo antes a traducir.
Por esa época a Portantiero la polÃtica lo ocupaba por entero, mientras se sentaba en los bancos de la carrera de sociologÃa, cuando todavÃa estaba en un edificio de la calle Florida y Viamonte. La revista Liberación, dirigida por Ricardo Piglia, por esos años publica una entrevista -con foto del joven Portantiero de cuerpo entero, caminando por la calle-, en la que se analizan las vicisitudes de las izquierdas del momento. Se trataba de rupturas y desvÃos, y esos conceptos que parecen menores, pero que son secretamente intensos, comenzaron a figurar en la agenda vital de Portantiero. Muy pronto podrÃa comprobarse que desmembrarse de los troncos tradicionales de la izquierda -y esa es un poco la historia nacional reciente-, ponÃa a las conciencias polÃticas frente a una intemperie y, a la vez, frente a un grave dilema de interpretación.
El peronismo, que a su manera era el resultado de travesÃas personales que desde los años 40 venÃan desprendiéndose de los ámbitos de ideas más establecidos, siempre seguÃa a la espera porque esa espera era lo que encarnaba, lo que siempre habÃa sabido hacer. Ante esos portales, interesado en esa espera pero reacio a verla con inadecuados simplismos, Portantiero escribe, junto a Miguel Murmis, un libro que rápidamente fue un clásico. Se titulaba Estudio sobre los orÃgenes del peronismo, en el que se percibÃa otro desgranamiento, ésta vez de los criterios más sumarios con los que Gino Germani habÃa trazado el andarivel de la sociedad moderna argentina, con su camino nacional-popular bajo la sospecha de un irreversible autoritarismo.
Portantiero y Murmis cambian el eje de la discusión, en el mismo sentido que antes lo habÃa intentado MilcÃades Peña, y el peronismo aparece en la complejidad que le prestan obreros que no eran necesariamente "masas disponibles" sino experimentados sindicalistas del socialismo y las izquierdas, con un dilema que ahora convenÃa analizar con urgencia: el de la autonomÃa o heteronomÃa de las masas populares. A esta luz, el Partido Laborista de 1945 aparecÃa como una posibilidad nueva, antes que el "movimientismo" lo anulase.
Estas sugestivas tesis conducÃan directamente al intento social de autonomÃa del año 1973, de notorias resonancias históricas, que Portantiero y Aricó saludan desde un nuevo número de la revista Pasado y Presente, nombre que recordaba la gesta intelectual de Antonio Gramsci -Italia en la Argentina, el mezzogiorno en Buenos Aires, y antes bien ese sardo autor de los Cuaderni que el romano Germani, sutil, sin duda, pero impugnador de lo que veÃa con los alarmados conceptos de una psicologÃa social condenatoria de las izquierdas populistas. Alguna vez Portantiero dijo que con ese libro quiso probarse como investigador. Lo hizo, sin abandonar su condición de polÃtico del realismo -antes literario, a la manera de Agosti, y después social, a la manera del moderno prÃncipe gramsciano.
Su gran libro, con todo, es Los usos de Gramsci, donde lo que se destaca es lo que Gramsci permite con sus textos dispersivos, a la Pascal, ese múltiple acceso de interpretaciones que no necesariamente son coincidentes entre sÃ. Será precisamente Gramsci el que ilumine la controversia -en la revista del exilio mexicano llamada justamente con este nombre- alrededor de los fracasos de los militantes de aquellos años. Pudo decirse entonces que los grupos organizados de la polÃtica juvenil no supieron generar "hegemonÃas en la sociedad civil" o que actuaban sin que las "trincheras" de la sociedad sostuviesen acciones polÃticas de gran envergadura pero provenientes de cenáculos que Gramsci mismo hubiera señalado como propio de "arditis", militantes desconectados de la vida popular y nacional.
A la vuelta del exilio -evento colectivo que es propio del ciclo refundador de todas las naciones- Portantiero se acercó a Raúl AlfonsÃn, quién habÃa abierto otra esperanza, ya no con un festejo gramsciano del pasado en el presente, sino exorcizando los "aleteos del pasado que quieren rozarnos". Esta honda redefinición fue aceptada por Portantiero, con su alto costo moral tomado con ineluctable seriedad. La foto en su velatorio, publicada en un matutino del domingo, con cabizbajos y meditativos Raúl AlfonsÃn y Emilio de Ipola es una escena despojada y de afligida austeridad, una fuerte e inconsolable imagen de época.
Los ámbitos de actuación de Portantiero son conocidos. El Club de Cultura Socialista, la revista La Ciudad Futura, el decanato de la Facultad de Ciencias Sociales -en el que quizás fue su perÃodo más sustancioso y creativo-, fueron lugares donde Portantiero mostró su vocación de participar en la "creación de instituciones". Hay que dar un peso efectivamente filosófico a esta creencia y a este concepto que él utilizaba.
La revalorización de Juan B. Justo lo puso a la vuelta de un camino, sin duda ante el examen de aquellos años de comienzos del siglo XX, donde la articulación entre socialismo, liberalismo, democracia y teorÃas sociales parecÃa una promesa sin obstáculos futuros. Portantiero conoció esos obstáculos y miraba el pasado argentino con la sapiencia demostrada de que habÃan existido. Fue un estudioso con historia y de la historia. Bajo esas condiciones, su gran tema fue el presente complejo de la Argentina. Su conversación lo revelaba, y no sorprendÃa cuando ensayaba -valorizador del tango y sus leyendas como era- alguna entendida crÃtica al cantante Julio Sosa.
Como Ingenieros, apellido del ciclo inaugural de la inmigración -asimismo, con sus nombres figuran Aricó y Portantiero en la novela inmigratoria de Nicolás Casullo, El frutero de los ojos radiantes-, Juan Carlos Portantiero es de aquellas vidas que dejan la idea de que, cuando abandonan las conversaciones, para todos se vuelve cenizas un ciclo colectivo. A quienes lo conocieron poco o mucho, a quienes fueron sus amigos o alumnos, a quienes fueron sus contemporáneos que imaginariamente hablaban con él en el respeto por su condición de hombre que asume un destino y en el desacuerdo digno e inevitable que todo destino invita a considerar en los otros, Portantiero no nos deja indiferentes.
Algunas muertes llegan obligando a todos a pensar si fue manifestado como se debÃa el interés que nos suscitaba el muerto. Ante esa conciencia de falta, siempre es preciso decir que ha vivido un hombre. Portantiero inspira ese sentimiento; sabemos que alguien ha vivido cuando se reconoce lo que aún faltaba por decir.